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lunes, 28 de mayo de 2012

LA ALEGRÍA DE SER CATEQUISTA


Bibliografía: www.Catequesis Familiar - Salta - Alegría del catequista.html










Introducción                                                         El Arca de la Alianza A.T.
Cada día en el mundo, miles de personas como tú se disponen a realizar algo asombroso: dedican tiempo de sus atareadas vidas para servir en sus parroquias como catequistas.

La mayoría de las personas pasa su vida haciendo cosas comunes. Esto es limitado, pero hay algunas en la comunidad que tienen la capacidad de ver lo extraordinario en lo ordinario. Los catequistas son personas así. En tu enseñanza, con tus palabras y ejemplos, ayudas a otros a encontrar destellos de gracia entre lo ordinario de la vida cotidiana. Y lo que resulta igualmente asombroso es que, al hacerlo, percibes que esa enseñanza puede alimentar tu propia alma.

Deseo que esta pequeña obra ayude, en alguna medida, a comprender que todos nosotros nos llenamos de gracia cuando enseñamos, y que "florecemos como flores del campo" (Sal. 103, 1 S).

1.- La asombrosa gracia de enseñar

Te has preguntado alguna vez: ¿para qué hago esto?", mientras te dirigías a encontrarte con tus catequizandos? Si lo hiciste, te sucede lo mismo que a la mayoría de los catequistas. Cada tanto, nos abruma la rutina o nos sentimos cansados de poner tanta energía en la preparación y presentación de clases que resulten interesantes y formativas. Sentimos como si nuestras energías creativas se agotaran. Hasta llegamos a sentirnos físicamente exhaustos. Podemos orar, junto con el salmista:

Señor, ten piedad de mí, porque me faltan las fuerzas... (Sal. 6, 3).

Y sin embargo continuamos, porque de tanto en tanto vemos a nuestros alumnos "crecer y resplandecer" en el proceso de ser catequizados. Cada tanto percibimos que estamos haciendo algo maravilloso, y esa percepción es suficiente para sostenernos y hace que todo, valga la pena. Estamos ayudando a construir el cuerpo de Cristo:

Él comunicó a unos el don de ser apóstoles, a otros profetas, a otros predicadores del Evangelio, a otros pastores o maestros. Así organizó a los santos para la obra del ministerio, en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo... (Ef. 4, 11-12).

Como catequistas, mostramos nuestro amor mediante la voluntad de entregarnos para alimentar el crecimiento espiritual de otros, así como el nuestro propio. Quienes trabajan con niños y jóvenes, catequizan en la esperanza de que sean como "plantas, florecientes en pleno juventud" (Sal. 144 (143), 12).


El gozo de enseñar

Entonces, ¿qué es enseñar? Es un acto intencional. Lo hacemos porque queremos comunicar e instruir. La enseñanza no ocurre accidentalmente, sino que es voluntaria. El aprendizaje, por el contrario, sí puede darse sin intención. La gente aprende de una variedad de fuentes y situaciones. Un maestro, en cambio, se propone enseñar. Cuando un catequista o una catequista enseña, se preocupa de dar información, experiencias y criterios a sus alumnos. En catequesis, la información consiste en la herencia y la tradición de la comunidad cristiana. Las experiencias son cómo vivimos esas realidades en nuestras vidas cotidianas. Los criterios incluyen guías y líneas rectoras para hacer opciones responsables.

La enseñanza de la religión ayuda a revelar al Dios viviente que está entre nosotros. Cuando enseñamos hacemos accesibles las tradiciones de nuestra comunidad religiosa: nuestra rica herencia se hace disponible a los catequizandos de un modo que cambia sus vidas. Incluye una conciencia y una apreciación de la tradición de nuestra comunidad católica. Y cuando enseñamos, también ponemos de manifiesto la conexión entre conocer y vivir la tradición, y transformar nuestras vidas. Esto quiere decir que enseñar ayuda a los catequizan-dos a descubrir lo que la tradición significa para sus vidas hoy.

Como catequistas, hacemos que las narraciones de nuestra herencia se escuchen con atención y comprensión. Estas incluyen relatos de la vida de los santos, los hombres y mujeres piadosos que nos precedieron. Al narrar sus vidas, mantenemos viva su memoria. La tradición incluye también la celebración significativa de la vida cristiana, preservada en la liturgia y los sacramentos. Nuestra pedagogía ayuda a que los jóvenes participen más plenamente y reflexionen sobre el significado de estas cosas en 1ª vida. Porque la enseñanza también tiene una fuerza transformadora. A través del pasado, reflejado en la Biblia, en la vida de los santos, en los sacramentos y en la doctrina, podemos ver más claramente las cosas que deben cambiarse en nuestro mundo de hoy. A medida que profundizamos nuestra comprensión de aquello en que participamos cuando enseñamos, podemos experimentar gran alegría al reconocer que la enseñanza es una vocación.

La Declaración sobre la educación cristiana de la juventud, elaborada por el Concilio Vaticano II, destaca lo particular de esta vocación:

Hermosa es, por tanto, y de suma importancia la vocación de todos los que, ayudando a los padres en el cumplimiento de su deber y en nombre de la comunidad humana, desempeñan la función de educar en las escuelas. Esta vocación requiere dotes especiales de alma y de corazón, una preparación diligentísima y una facilidad constante para renovarse y adaptarse (Declaración sobre la educación cristiana de la juventud, n. 5).

Estas palabras de los padres del Concilio sugieren que la enseñanza se dirige a la vida nueva, es decir, a dar continuamente a la comunidad nuevas perspectivas y energías.

Pero, ¿qué significa esto para los catequistas? ¿Qué tipo de persona podría hacerlo? ¿Significa que hay que tener una personalidad brillante, o llamativos dones carismáticos? Aunque esto podría ayudar, la fuente vital del catequista es su espiritualidad profunda. Un buen maestro o maestra, así como una persona justa es ...como un árbol plantado al borde de las aguas, que produce fruto a su debido tiempo, y cuyas hojas nunca se marchitan (Sal. 1, 3).


El desafío de enseñar

Seamos sinceros. Enseñar es difícil. Siempre lo ha sido. Ya lo dijo el escritor sagrado, hace siglos. Como leemos en el libro de Isaías:

Escuchen, sí, pero sin entender;
miren bien, pero sin comprender.
Embota el corazón de este pueblo, endurece sus oídos
y cierra sus ojos, no sea que vea con sus ojos
y oiga con sus oídos, que su corazón
comprenda y que se convierta y sane (Is. 6,9-10).


¿Describe este pasaje la respuesta que a veces obtienes en tus clases? Si es así, no estás solo o sola. Quienes tienen experiencia en la enseñanza, afirman que enseñar es difícil, pero que una vez que reconocemos esa verdad importante, podemos superarla. Esto quiere decir que podemos comprender y aceptar esta dificultad, para que ya no nos perturbe. Lo que realmente importa es que todavía queremos enseñar porque lo disfrutamos.

Debemos sentirnos bien con nuestra enseñanza porque los sentimientos son la fuente de nuestra energía. Si nos sentimos mal, nuestra energía disminuye. Y he aquí una paradoja. La vitalidad se conecta con la vulnerabilidad. Dado que enseñar es, al fin de cuentas, una actividad muy personal, está llena de incertidumbres. Hasta Jesús reconoció lo difícil que es ver cómo muchas de nuestras mejores palabras caen en terreno pedregoso, o son ahogadas por la maleza (como en la parábola del sembrador, Mc. 4, 1-9). No es placentero dejar manifestar nuestra impaciencia, o que otros vean que ignoramos ciertas cosas. Y no es fácil enfrentar nuestras limitaciones, o sentir agotarse nuestra creatividad.

Pero, según la tradición cristiana, el poder se manifiesta en la debilidad. Cuando nos sentimos débiles, es fácil recordar las palabras de san Pablo:

No nos pregonamos a nosotros mismos, sino que proclamamos a Cristo Jesús como Señor; y nosotros somos servidores de ustedes por Jesús. [ .. ] Llevamos este tesoro en vasos de barro, para que esta fuerza soberana se vea como obra de Dios y no nuestra (2 Cor. 4, 5.7).

Recientemente, algunos escritores han sugerido que la proclamación de la palabra de Dios, en las Escrituras, ha sido puesta frecuentemente en paralelo con la ruah o espíritu. Una vez dicha, permanece en existencia, realizando su actividad indefinidamente. Nunca se pierde. Permanece real, y tiene el poder de quien la ha pronunciado. Las palabras de Isaías describen este poder positivo de la enseñanza:

Como baja la lluvia y la nieve de los cielos y
no vuelven allá sin haber empapado la
tierra, sin haberla fecundado y haberla
hecho germinar, para que dé la simiente
para sembró- y el pon para comer, así
será la palabra que salga de mi boca.


No volverá a mí con las manos vacías sino
después de haber hecho lo que yo
quería, y haber llevado a cabo lo que le
encargué (Is. 55, 10-11).

Invocación al Espiritu Santo

La palabra de Dios no puede fallar. Como catequistas, cuando enseñamos participamos también de esta promesa.

Recordarla puede animarnos, sabiendo que Jesús la selló nuevamente cuando dijo: Mi Padre es glorificado cuando ustedes producen abundantes frutos: entonces pasan a ser discípulos míos (Jn. 15, 8).

Para los catequistas, enseñar es una gracia sorprendente, como lo demuestra el siguiente ejemplo:

Era un brillante día de otoño y el sol hacía sentir el aire mañanero más cálido de lo que proclamaba el termómetro. La hermana Miriam terminaba de estacionar su automóvil junto a la iglesia y estaba cruzando la calle, cuando advirtió a dos pequeños sentados en la escalinata del convento. Los chicos tenían unos seis o siete años, y por sus ropas se veía que eran muy pobres.”Deben ser niños de uno de los programas asistenciales”, pensó la religiosa, mientras se acercaba. Pero pronto se dio cuenta de que no había nada programado en ese sentido a esa hora de la mañana, al menos que ella pudiera recordarlo. Con curiosidad, saludó a los pequeños:

· Buenos días, chicos. ¿Qué hacen en San Antonio un sábado tan temprano?

Interrumpiendo su charla, uno de los muchachos levantó la mirada y respondió:

· Esperamos a la hermana Verna.

Y el segundo añadió:

· Espero que venga esta semana, por fin.
· Oh, dijo la hermana Miriam, un tanto sorprendida por la respuesta. Significa que también estuvieron esperando a la hermana Verna la semana pasada, ¿verdad?
· Claro-replicó el primer niño-. Venimos aquí todos los sábados por la mañana para que la hermana nos enseñe.
· Sí -añadió el otro-. Ella nos habla de Dios, y nos divertimos mucho, también. Pero debe haberse olvidado en las últimas dos semanas, porque no vino.
- Seguro que hoy viene -dijo el primer niño-. Es un día hermoso, y podremos salir a buscar hojas, como ella nos prometió.

La hermana Miriam tragó saliva, y tomó un hondo respiro mientras terminaba de acercarse.

· Entremos, chicos -dijo-. Debo decirles algo.

Mientras abría la puerta del convento, y entraba acompañada por los párvulos, susurró una plegaria:"Señor, ayúdame a decirles a estos chicos que la hermana Verna ya no vendrá hoy ni nunca más".

A pesar de su mala salud, la hermana Verna había continuado con su ministerio catequístico hasta el final. Sus clases de religión los sábados por la mañana eran oasis de alegría en la vida de tantos niños pobres. Los chicos reían, cantaban, oraban, hacían artesanías, escuchaban relatos y eran amados por la religiosa, y ellos lo sabían.. Aunque la parroquia tenía una gran carencia de recursos, ella se las arreglaba para reunir toda clase de cosas que le servían para enseñar Catecismo.

Su creatividad era sorprendente, y parecía que podía encontrar uso para todo. Pero lo que más admiraba de la enseñanza de la hermana Verna era su impacto sobre la vida de sus catequizandos. La hermana Miriam me contó que, durante los dos meses siguientes, siguió encontrándose con grupos de chicos que se juntaban a esperar a la hermana Verna en la escalinata del convento. Aunque algunos sabían de su muerte, igual venían con la esperanza de que quizá los mayores estuvieran equivocados y de que la querida hermana volviera a dar sus clases.

Cuento esta historia porque es una ilustración espléndida de cómo los catequistas enfrentan el desafío de enseñar. La hermana Verna había sido mi discípula durante algunos años, y yo sabía cómo ella se debatía en dudas sobre su capacidad y cómo le preocupaban sus limitaciones. Pero esto nunca la desanimó. Su amor y preocupación por los pobres, especialmente los niños, la llevó a hacer todo lo que podía para que ellos conocieran el amor de Dios en sus vidas. Y lo hicieron, aunque ella jamás dejó de pensar cómo podría mejorar su labor. Recuerdo aún su gran sonrisa cuando pensó que se estaba tomando demasiado en serio. “Supongo que tengo que hacer lo que pueda”, decía. “Y espero que Dios se encargue del resto”. Buen consejo. Sirvió para ella; también puede servirnos a todos nosotros.


Preguntas para la reflexión:

1. ¿Por qué eres un catequista o una catequista?

2.- Piensa por un momento en tus alumnos. ¿Qué alegrías experimentas al enseñarles?
3.- ¿Qué dificultades tienes?
4.- ¿De qué forma crees que pueden disminuirse esas dificultades?
5.- ¿Puedes pensar en maneras de incrementar las alegrías?
2.- Alimentar al hambriento

¿Qué crees que le importa más a las personas que conoces: tener muchas cosas, o gozar de paz interior? O, para decirlo de otro modo, ¿piensas que tener muchas cosas garantiza la felicidad? Los sociólogos de la religión están revelando un cambio en los Estados Unidos: del materialismo a la sencillez de vida. La década del ochenta, dicen, se caracterizó por un deseo de acumular riquezas rápidamente, y de gastarlas igual de rápido. Mientras que, para más y más gente de los años noventa, ésta parece ser una época de volver a un estilo de vida más simple en que la espirituali-dad vale más que lo material. En pocas palabras, la gente parece estar hambrienta de algo más en la vida, y de un modo más profundo de vivir humanamente.

Un catequista alimenta los corazones

Cuando los catequistas enseñan la Palabra, comparten un propósito: crear un ambiente en el que la fe pueda ser despertada, alimentada y probada. Los catequistas enseñan por su fe. Para los cristianos, la fe es una relación de confianza en Dios y en la creación divina, es decir, confianza en sí mismo y en los otros y en el mundo. El amor y la fidelidad de Dios se nos han revelado en Jesucristo; este es el corazón y el alma del ser cristiano.

Hace muchos años, cuando éramos pequeños, aprendimos que la fe es un don. Ahora, como catequistas, es útil recordar que no podemos "hacer" que otra persona tenga fe. Pero podemos ofrecer a nuestros catequizandos un entorno en que el crecimiento en la fe se convierta en una verdadera posibilidad. Dentro de este ambiente, el catequista guía a sus estudiantes para crecer en la relación de confianza en Dios, ayudándoles a crecer en, al menos, cuatro aspectos de la fe:

1. Creencias acerca de Dios, que pueden ser la base de nuestra confianza.
2. Una relación personal activa con Dios, que nos lleva a relacionarnos con otras personas en la fe.
3. Un compromiso con Dios tan profundo que configure el modo en que invertimos nuestro tiempo y energía.
4. Una conciencia del misterio que rodea a Dios y limita nuestra comprensión y control de él.

Ciertamente, existen muchos otros aspectos de la fe, tales como la obediencia y el servicio por el reino de Dios; pero los cuatro aspectos enumerados son esenciales a la labor del catequista. El modo en que nos convertimos en instrumentos para ayudar a nuestros alumnos a llenar sus corazones hambrientos es otro misterio en sí mismo, como nos recuerda san Pablo: Vean, pues, en nosotros a servidores de Cristo y a administradores de las obras misteriosas de Dios (1 Cor. 4, l).


El cuidado del hambriento

¿Por qué el cuidado (que es otra forma de llamar al servicio) debería preocupar al catequista? Porque hay aquí una relación fundamental entre "el que cuida" y "el que es cuidado". En este caso, la relación entre el catequista y el catequizando es fundamental para el proceso pedagógico.

En ninguna otra parte es esto más necesario que en la catequesis de la juventud . Aunque todos nosotros necesitamos saber que "alguien se preocupa por nosotros", los niños y jóvenes necesitan ser incluidos y confirmados en las comunidades en las que viven. Los jóvenes "crecen y relumbran" si se sienten cuidados.

El catequista ("el que cuida") encuentra al catequizando ("el que es cuidado") como un "Tú", en el lenguaje de Martín Buber; no como un "Eso", un objeto de análisis. El encuentro entre catequista y estudiante es un momento catequístico lleno de amor y de belleza.


El cuidado debe ser alimentado

Los psicólogos afirman que los niños aprenden más por ósmosis que por exhortaciones. Es decir, los niños absorben mucha enseñanza de sus respectivos ambientes. Esta observación es útil para los catequistas, porque nuestro testimonio es una poderosa ayuda pedagógica. Podemos modelar modos de cuidado en nuestras propias vidas. Algunos ejemplos pueden ser útiles. En nuestra enseñanza, podemos alentar a los estudiantes a apreciar y afirmar la repetición. Así ayudaremos a los catequizandos a reconocer los ritmos sagrados de la experiencia humana, como la repetición de sentimientos y hechos en la vida ordinaria, como el hambre, el cansancio, la alegría, la llegada de la mañana, etc.

También podemos enseñar a los niños que esas repeticiones son también promesas que se cumplen una y otra vez. Y podemos mostrarles cómo celebramos los ritmos ordinarios de la vida con alegría. Al hacerlo les enseñamos implícitamente que la vida vale la pena vivirse, y vivirse bien, con fe.


¿Quién nos llamó a enseñar?

Algunos podrían responder: “me llamó el sacerdote”, o “la directora de catequesis parroquial me llamó y me pidió que lo hiciera”. O quizás alguno se sienta llamado por el Espíritu para involucrarse personalmente con el programa de catequizar en la parroquia. Aunque todo esto puede ser cierto, el ministerio de la enseñanza nunca es un asunto meramente personal o privado. No importa si a uno lo llaman para enseñar, o si siente un deseo fuerte de hacerlo, los catequistas enseñan porque la comunidad los llama. La comunidad del pueblo de Dios comprende que ella misma necesita instrucción, formación y transformación, y por eso requiere que algunos de sus miembros sean instrumentos de instrucción, formación y transformación. Los catequistas son personas que responden a la vocación o llamado de Jesús:

Ustedes no me eligieron a mí;
he sido yo quien los eligió a ustedes
y los preparé para que vayan y den fruto, y ese fruto permanezca... (Jn. 15, 16).


Y esa llamada es siempre a la comunidad, al pueblo de Dios.

En resumen, ¡los catequistas son quienes alimentan las "hambres" del corazón, alabando a Dios con todo su ser, y contando las maravillosas cosas que Dios ha hecho! (Sal. 9, 2).


Preguntas para la reflexión

1. ¿Qué "hambres del corazón" hallas en tus catequizandos?

2. ¿Cómo las alimentas?

3. ¿Cuáles son algunas de tus propias "hambres del corazón"?

4. ¿Cómo las alimentas?

3.- Plantar raíces, dar alas

¿Qué estoy haciendo? ¿Te has planteado alguna vez esa pregunta? La mayoría de nosotros lo ha hecho y algunos, muchas veces. Por fortuna, cuando el tema es enseñar como catequista, hay mucha ayuda disponible para facilitarnos el trabajo. Usamos materiales diseñados para asistirnos en el camino. Hay libros de texto, con lecciones específicas para cada reunión. Hay "guías del catequista" que nos dan información suplementaria importante sobre el contenido que debemos enseñar. Hay sugerencias específicas para realizar actividades con los catequizandos.Y suele haber otros materiales tales como vídeos, casetes de audio con canciones, pósters, pinceles y cartulinas en la parroquia o escuela.

Quizá lo mejor de todo sea darnos cuenta de que no tenemos que hacerlo todo nosotros mismo para educar a nuestros catequizandos. Lo que estamos haciendo es una parte importante de un rico tapiz que incluye la guía y la formación provistas por la familia y las demás instituciones de la sociedad. Nuestra enseñanza es parte de un todo mucho mayor, que ha sido previsto para la educación religiosa dedos niños en edad escolar.

Al hacer nuestra parte y esforzarnos por dar lo mejor, confiamos en que estamos construyendo sobre los cimientos de lo que los niños recibieron antes, así como profundizamos y reforzamos esos mismos cimientos para quienes nos sigan en los años subsiguientes. Enseñamos en la convicción de que estamos transmitiendo lo que hemos recibido, en la esperanza de que quienes lo reciben, lo aprenderán mejor que nosotros, para que esta herencia crezca. Como lo sugerí en el capítulo precedente, enseñamos una herencia viva que ha sido preservada para nosotros no solamente mediante palabras, sino también a través de la vida de discípulos, profetas y mártires. Este don de nuestra herencia es una gracia de formación que nos ayuda a saber quiénes somos espiritualmente, es decir, a conocer nuestras raíces.


Plantar raíces

A todos nos gusta un buen relato. Y también a los alumnos a quienes enseñamos. Los relatos pueden ayudarnos a comprender de dónde venimos y hacia dónde vamos. Las narraciones de la tradición pueden avivar nuestra fe del presente. Dan un sentido a nuestra propia historia. Aprender las vidas de los hombres y mujeres que vivieron cristianamente antes de nosotros, puede ayudarnos a hacerlo hoy. Podemos primero mirar a nuestras propias vidas y decidir lo que debe hacerse, y luego estudiar las vidas de los héroes antes de nosotros para ver si pueden iluminarnos el camino. Obtenemos inspiración y esperanza de la historia. A veces tenemos el privilegio de encontrar héroes y heroínas vivientes. Ellos nos hacen tomar verdadero contacto con la historia. He aquí un relato sobre uno de esos encuentros. Solamente he cambiado los nombres.

Era el primer día del primer semestre en el colegio universitario del Sagrado Corazón de María. Los corredores estaban llenos del habitual bullicio y frenesí, mientras los estudiantes se deslizaban entre las aulas y oficinas. Unos pocos se habían reunido temprano en la sala asignada al curso “Fe y cultura en la sociedad contemporánea”. Un académico nuevo iba a enseñar esta materia, y se decía que el curso estaba colmado en su capacidad. Mientras que los que habían llegado primero conversaban entre sí, comenzaban lentamente a reunirse otros estudiantes. En el medio de un grupo, apareció una monja delgada, ya de edad avanzada, vestida con hábito. ¿Sería ella el profesor? Aparentemente no, dado que se sentó en el medio del aula. A medida que llegaba la hora, el salón se fue llenando con rapidez. Quizá la monja era una visitante de la universidad, y sólo asistiría a la reunión de hoy.

“Buen día, y bienvenidos”, dijo una animada voz. Obviamente había llegado la profesora, una mujer de mediana edad que exhalaba profesionalidad y entusiasmo. Después de hacer una introducción y de responder algunas preguntas, la profesora sugirió que a continuación nos presentáramos. A su turno, cada estudiante indicó su nombre y lugar de origen, más una breve explicación de por qué había escogido ese curso. Cuando le tocó el turno a la monja, ella sorprendió a todos diciendo que ahora que estaba retirada, usaba el tiempo para hacer ciertas cosas que no había podido hacer mientras trabajaba a horario completo. Contó qué mientras regresaba en autobús de una peregrinación al santuario de santa Ana de Beaupré, en Canadá, para celebrar su nonagésimo aniversario (un viaje de unos 650 kilómetros), resolvió tomar algunos cursos universitarios. Así que aquí estaba. “Además”, dijo, “me encanta estar con gente joven”. Los estudiantes quedaron estupefactos. ¿Cómo sería tener una condiscípula de 90 años y monja, para colmo?

La catedrática, a quien conozco desde hace tiempo, me contó maravillada lo bien que la hermana Ana cayó entre los estudiantes. La mayoría encontraron sorprendente encontrarse en compañía de una persona tan brillante, alegre y de mentalidad abierta. Y jamás se cansaban de sus relatos. En su persona ellos encontraban la historia viva y la experimentaban a través de sus ojos. ¿Quién puede contar todos los estereotipos que se desplomaron en este encuentro entre una religiosa anciana y más de treinta veinteañeros? El intercambio intergeneracional es beneficioso para toda la comunidad y, en este caso, las evaluaciones del curso revelaron cuánto aprendieron los estudiantes sobre la historia y sobre sí mismos en su relación con esa sabia mujer. Ciertamente, ella logró que la historia cristiana se convirtiera en algo vivo para ellos.

Los psicólogos del desarrollo nos informan que una de las principales tareas de la juventud es la formación de la identidad. Los jóvenes están en proceso de descubrir quiénes son, y cuando les enseñamos religión, contribuimos a ese proceso. Basados en el relato de quiénes somos como cristianos, ayudamos a nuestros estudiantes a conocer y aceptar los valores cristianos.


Los valores, ¿se adquieren o se enseñan?

Quizás algunos recordemos la frase que adquirió popularidad en los círculos educativos de los setenta: "los valores se adquieren, no se enseñan". Casi un cuarto de siglo después, lo que se dice hoy día es: "los valores se adquieren y se enseñan".

Comprendemos lo que la anterior frase quería significar: mucho se aprende mediante la observación y la imitación. En otras palabras, lo que está implícito en las acciones enseña más que lo que se formula explícitamente en palabras. Como expresa el dicho:”las acciones hablan más fuerte que las palabras”. Hoy podemos apreciar mejor la relación entre acciones y palabras.

Para decirlo de otra manera, reconocemos que los valores también pueden enseñarse. Cuando enseñamos el “contenido” de nuestras clases, transmitimos la herencia de nuestros valores compartidos. Mediante el debate y la reflexión nos proponemos ayudar a los catequizandos a relacionar esto con sus vidas, hoy, y permitirles optar libremente por abrazar y poner en obra los valores cristianos que se nos dan a través de la Escritura y de la doctrina. De manera que es nuestra la responsabilidad de conservar y transmitir la herencia de valores que hemos recibido, de manera que quienes nos sucedan reciban este precioso don aún más sólido y seguro de lo que lo recibimos nosotros. En otras palabras, cuando enseñamos, estamos poniendo raíces.


Dar alas

Aférrate a los sueños
porque si los sueños se extinguen
la vida es un pájaro con alas rotas
que no puede levantar el vuelo.


Aférrate a los sueños
porque si los sueños pasan
la vida es un desierto
helado por la nieve.


(LANGSTON HUGHES)
Ser Catquista
Todos tenemos sueños, y los necesitamos. En este poema, el autor sugiere que los sueños son el material de que está hecha la esperanza; y, aunque esto es verdad para todos nosotros, lo es en especial para los jóvenes. Ellos son la promesa del futuro. Al educarlos, les ayudamos a. creer que la vida vale la pena vivirse, y que sus propias existencias tendrán influencia vital en este planeta. La capacidad de tener esperanza, soñar e imaginar es una característica propiamente humana, y todos nacemos con esa capacidad. Los maestros y profesores construyen sobre ella. De hecho, la palabra "educación" proviene del latín educere, que significa "hacer salir, hacer crecer, guiar". De manera que cuando educamos, lo que hacemos es extraer lo que ya está allí. Hacemos brotar la esperanza y el convencimiento de que el mundo puede ser un lugar mejor. Puede ser transformado.

Al concentrarnos en nuestra labor como catequistas de manera que vemos la imagen completa de lo que nos proponemos, poner raíces y dar alas, adquirimos fuerzas para continuar. Podemos reconocer más fácilmente que la esperanza debe ser alimentada para que se sostenga. Nuestro aliento y aprobación inducirán a nuestros estudiantes a esforzarse más, a llegar más lejos y a creer más firmemente en sí mismos y en los demás.

La esperanza para el futuro es un ingrediente esencial del cristianismo.

Recuérdense las palabras que Pedro dijo a la multitud después del primer Pentecostés:

... Se está cumpliendo lo que anunció el profeta
Joel: Escuchen lo que sucederá en los últimos días,
dice Dios: derramaré mi Espíritu sobre
cualesquiera que sean los mortales. Sus hijos e
hijas profetizarán, los jóvenes tendrán visiones
y los ancianos tendrán sueños proféticos (Hech. 2, 16-17).


Ya desde los primeros tiempos de la Iglesia, se percibe la necesidad de creer que la realidad pueda ser transformada y de que el mundo pueda convertirse en un lugar mejor para todos. De vez en cuando, nos dará ánimos reflexionar sobre esos momentos en que advertimos que nuestros discípulos comienzan a creer más en sí mismos, aumentan su confianza en sus propias capacidades, e incluso se deleitan descubriendo y aprendiendo algo nuevo. Son momentos que hacen que todo valga la pena.

Algo más sobre las alas. No solamente ayudan a volar, sino que dan protección. Las alas son una metáfora M amor constante de Dios hacia nosotros . Cuando alentamos a nuestros catequizandos, hacemos mucho más que imbuirles confianza en sí mismos: les estamos brindando una experiencia de amor. En nuestro amor por ellos, hacemos presente el amor que Dios les tiene. El salmista habla elocuentemente de esta realidad:

Oh, Señor, ¡qué valiosa es tu gracia! A ti acuden los hijos de Adán, debajo de tus alas se refugian (Sal. 36[35], 8).

Sí, la educación transforma y puede ser una fuente de fortalecimiento, lo que se logra cuando se hace bien, con cuidado e intención. El siguiente poema describe lo que en educación es “dar alas”:

Apolinario dijo: “Ven al borde”

· Es demasiado alto.
· Ven al borde.
· Podríamos caernos.


· VEN AL BORDE.

Y vinieron.
Y ella los empujó.
Y emprendieron el vuelo.
La enseñanza no puede proponerse más.


Preguntas para la reflexión

1. ¿Puedes recordar un episodio específico en que tus alumnos realmente “la hayan captado”? ¿O uno en que un catequizando se haya sentido realmente bien consigo mismo? Quizá quieras detenerte un instante para sentir gratitud por esos momentos.

2. ¿Qué piensas que causó esos momentos?

3. Describe alguna experiencia de súbita comprensión (“experiencias “¡Ajá!””) que hayas tenido mientras enseñabas.

4.- La imagen de nosotros mismos, la imagen de Dios

La imagen que tenemos de nosotros mismos tiene mucho que ver con nuestra imagen de Dios. Si nuestra propia imagen es defectuosa, es muy difícil tener una imagen sana de Dios. Una autoimagen sana hace posible creer que somos imago Dei. Algunos afirman que vivimos de imágenes. Si pensamos en las imágenes como las representaciones que tenemos de nosotros mismos, de nuestro mundo y de Dios, la afirmación puede considerarse correcta. Cuanto más vívida es esa imagen, más nos sentimos influidos por ella. Reflexionemos sobre el siguiente pasaje y las imágenes que contiene. Yavé se dirige a Jeremías:

"Levántate y baja a la casa del que trabaja la greda; allí te haré oír mis palabras.”

Bajé, pues, donde el alfarero estaba haciendo un trabajo al torno.

Pero el cántaro que estaba haciendo le salió mal, mientras amoldaba la greda.

Lo volvió entonces a empezar, transformándolo en otro cántaro o su gusto.

Yavé, entonces, me dirigió esta palabra: “Yo puedo hacer lo mismo contigo,

pueblo de Israel, como el barro en la mano

del alfarero, así eres tú en mi mano” (Jer. 18, 1-6).


¿Te dice algo este pasaje sobre tu propia relación con Dios? ¿Tu relación con tus estudiantes?

Es probable que esas imágenes evoquen sentimientos más profundos que muchos discursos filosóficos o teológicos. Las imágenes pueden enriquecernos debido a los sentimientos profundos y las conexiones que despiertan en nosotros.


Participando en la danza de la espiritualidad

Las imágenes son productos de la imaginación. Nutrimos nuestra imaginación saturándola con una variedad de experiencias, tanto cognitivas como afectivas. Esto significa que necesitamos toda clase de experiencias en nuestras vidas; no sólo cognoscitivas, sino también sensoriales, estéticas e intuitivas. Necesitamos experiencias del corazón y de la mente. La imaginación preserva nuestro deseo de vivir.

Cuanto más vivimos, más nos damos cuenta de que tenemos que equilibrar nuestras vidas con trabajo y juego, y que ambos también exigen el descanso. Los escritores espirituales llaman a esto la danza entre la acción y la contemplación. La espiritualidad se vive entre esos dos polos de nuestra experiencia. No importa lo fuerte que sea la tentación, no podemos vivir de modo totalmente activo, sin dejar un lugar a la quietud y la meditación. Tampoco podemos vivir descansando totalmente sobre nosotros mismos y en Dios.

Debemos vivir entre el hacer y el ser porque, si no, “nos quemamos” o nos paralizamos. Algunos escritores espirituales describen esas situaciones como alcanzar un impasse en el que sentimos que no hay modo de escapar de un estado que hallamos tedioso o insoportable. Si no se los atiende, esos sentimientos llevan a una falta de seguridad o a dudas sobre sí mismo y los demás. En tales situaciones, los escritores espirituales y los psicólogos dicen que la única forma de salir es mediante un “golpe de imaginación”.Y esto es así porque la mera razón es insuficiente; debemos dejar de controlar todo en nuestras vidas y permitirnos la apertura al misterio. Para decirlo de otro modo, el cambio llegará, cuando permitamos al lado derecho de nuestro cerebro, donde residen nuestros sentimientos, intuiciones y búsquedas imaginativas, que tome el control. Este es el lugar de la contemplación.

¿En qué afecta esto a nuestra labor como catequistas? Sólo podremos ser efectivos como maestros en la medida en que estemos integrados como personas. Si la vida nos aburre, seremos maestros aburridos. Debemos hacer un esfuerzo por celebrar lo cotidiano.

Celebrando lo cotidiano

Enfrentamos los siguientes retos:

1.- El desafío de cultivar admiración y apreciación por lo cotidiano. Podemos ponernos “un nuevo lente” que nos permita ver nuestras actividades diarias desde una nueva perspectiva. Comer puede ser una rutina o una fuente de placer; bañarse puede ser una obligación pedestre o un lujo; escuchar a otros puede ser una interrupción, o un momento de gracia; estar solo o sola en casa puede ser deprimente, o un tiempo de relajación en el cual soñar, escuchar música, o hacer lo que se prefiere, etc. Estas actividades pueden ser fuentes de renovación, confianza, expectación y de inesperados descubrimientos: ¡encontrar algo “nuevo” en lo que siempre estuvo allí!

2.- El desafío de cultivar nuestra receptividad a la vida ordinaria. Si constantemente buscamos algo nuevo o emocionante, podemos perdernos la magia de la vida cotidiana. La celebración de la vida diaria nos da la oportunidad de abrir nuestra conciencia. Podemos apreciar más la vida viviendo la plenitud de cada momento.

3.- El desafío de cultivar la práctica en el servicio. Si nos esforzamos por “servir” en asuntos de nuestra vida ordinaria, podemos crecer en ellos y en nuestra reverencia por la vida. Esta reverencia nos da un gozo sereno y profundo, que se derramará sobre todo nuestro trabajo como catequistas. El gozo es contagioso.

Construcción de la imagen

He aquí algunos desafíos que enfrentamos en relación con nuestros catequizandos:

1. El desafío de ayudar a los alumnos a creer en su propia bondad. Esto es tan básico que hasta parecería tonto mencionarlo. Pero, sin embargo, las investigaciones muestran que muchos jóvenes tienen imágenes negativas de sí mismos. En nuestra sociedad, la propia valía suele identificarse con aspectos externos, como belleza física, posesiones materiales, productividad medida en dinero y popularidad. En nuestras clases podemos ayudar a los catequizandos a descubrir que son buenos porque están creados a imagen y semejanza de Dios. Las palabras de san Pablo son un recordatorio útil:

Lo que somos es obra de Dios: hemos sido creados en Cristo Jesús con miras a las buenas obras que Dios dispuso de antemano para que nos ocupáramos en ellas (Ef. 2, 10).

2.- El desafío de ayudar a los catequizandos a reconocer la bondad de la creación de Dios, incluyendo los aspectos humanos y no humanos del mundo. El mundo se halla en problemas, como ya lo sabe hasta el catequizando más pequeño. La destrucción de la capa de ozono y de las selvas, la contaminación de las fuentes de agua, la creciente violencia en nuestras calles y hogares, y la matanza indiscriminada de personas en todo el mundo, nos son comunicados día a día a través de los medios. Debe aprovecharse cada oportunidad para alentar la preocupación y el respeto por la creación de Dios. Los niños a quienes se les ha enseñado a cuidar y respetar las cosas, encuentran más fácil servir a los demás.

3.- El desafío de ayudar a los catequizandos a vivir en esperanza para el futuro. La confusión, frustración e impaciencia de ser jóvenes pueden resultar demasiado pesadas. Pero también pueden ser una oportunidad para la transformación personal y social. La maduración lleva tiempo, como lo expresa el escritor Morris West: “Somos como un árbol, cuya vida toda está implícita en una pequeña semilla, pero que cada año debe crecer para tomar nueva forma y dar nuevos frutos”.

En la persona del catequista, los alumnos tienen la imagen de una persona atenta, que los ama irracionalmente, es decir, incondicionalmente. Como catequistas, podemos sustentar nuestro entusiasmo disciplinando nuestras mentes y cultivando nuestros sentidos de manera que desarrollemos nuestra imaginación dejando lugar a lo espiritual. Así, cuando miremos al aula no veremos solamente quién y qué está allí, sino cómo responder con amor, verdad y justicia. Y debido a que tenemos la gracia, podremos mostrar a nuestros discípulos cómo vemos las posibilidades espirituales ocultas en formas y hechos que a menudo se dan por sentados. Ver con la fe, mediante la imaginación, que:

... La naturaleza nunca se agota; he allí la frescura más profunda de las cosas; y aunque se han extinguido las luces del crepúsculo en Occidente, la mañana se prepara en el albor que surge por el Oriente. Porque el Espíritu Santo se inclina y acuna el mundo con su pecho tibio y con ¡oh! fulgentes alas.

Tal atmósfera ciertamente ayuda a verse a sí mismo, sea uno catequista o discípulo, como imago Dei


Una parábola

Hay muchas versiones de esta parábola, pero todas apuntan al mismo significado. Ofrecemos la siguiente versión como resumen de este capítulo. Quizá puedas llevarla en tu corazón y pensar en ella cuando reflexiones sobre tu enseñanza.

Un hombre encontró un huevo de águila.

Se lo llevó y lo colocó en el nido de una gallina de corral. El aguilucho fue incubado y creció con la nidada de pollos.

Durante toda su vida, el águila hizo lo mismo que hacían los pollos , pensando que era un pollo. Escarbaba la tierra en busca de gusanos e insectos, piando y cacareando. Incluso sacudía las alas y volaba unos metros por el aire , al igual que los pollos. Después de todo, ¿no es así como vuelan los pollos?

Pasaron los años y el águila se hizo vieja. Un día divisó muy por encima de ella, en el limpio cielo, una magnífica ave que flotaba elegante y majestuosamente por entre las corrientes de aire, moviendo apenas sus poderosas’ alas doradas.

La vieja águila miraba asombrado hacia arriba “¿Qué es eso?”, preguntó a una gallina que estaba junto a ella. “Es el águila, el rey de las aves”, respondió la gallina.

“Pero no pienses en ello. Tú y yo somos diferentes de él”.

De manera que el águila no volvió a pensar en ello. Y murió creyendo que era una gallina de corral.

ANTHONY DE MELLO, El canto del Pájaro,
Sal Terrae/Lumen,
Buenos Aires, 1992, pp. 129-130.

¿Qué significa esta historia para ti?

Preguntas para la reflexión

1.- Estas podrían ser algunas de las imágenes de un catequista o de una catequista:

· alfarero;
· sembrador;
· partera.

¿Alguna de estas palabras describe lo que sientes de tu trabajo como catequista? ¿Por qué?

2.- ¿Puedes pensar en otras imágenes que describan tu papel? ¿Por qué?

3.- ¿Piensas que podría serte útil recordar esas imágenes cuando te preparas a ir al encuentro de tus alumnos?

5.- Peregrinando hacia Dios

A1 hacerte catequista, inicias un viaje lleno de sorpresas. Parte de esa sorpresa es el descubrimiento de que no estás viajando solo. Tienes muchos acompañantes, y algunos de ellos son los catequizandos mismos. Así como necesitamos comida para seguir nuestro viaje humano, también- necesitamos compañía. La palabra “compañero” se deriva del latín cum (con) y panis (pan). Los compañeros son aquellas personas con quienes compartimos el pan de la jornada. Nuestros colaboradores y los alumnos a quienes enseñamos son “compañeros” de un modo especial, porque nos hacemos pan los unos para los otros en nuestra búsqueda de Dios. Nos nutrimos y fortalecemos mutuamente el reconocerlo nos alegra:

Felices los que habitan en tu casa,
se quedarán allí para alabarte.
Dichosos los hombres cuya fuerza eres tú
y que gustan de subir hasta ti (Sal. 84[83], 5).


Como catequistas, nuestro camino es una peregrinación. Es un viaje hacia un lugar sagrado que hacemos durante nuestra vida en la tierra. Quienes han hecho una peregrinación saben que es hacer el viaje lo que transforma, y no la llegada a destino. Nuestro trabajo como catequistas es, entonces, parte de nuestro proceso de ir hacia Dios, en el que somos pan el uno para el otro durante el camino.


La enseñanza como ministerio

En un trabajo sobre la educación cristiana, titulado Encamar la Palabra, Edward Robinson escribió:

El filósofo francés Gabriel Marcel, en uno hermosa imagen, habló de las infinitas posibilidades de la gracia “derramada como polen en el aire primaveral”. Pero no puede existir la fertilización si el polen no llega a una flor madura paro recibirlo.

No puede existir revelación hasta que la Palabra llego a quienes tienen oídos para escuchar y ojos para ver. Y no puede hacerlo hasta que se la encarna, hasta que se le da expresión, y no en una única oportunidad, sino de continuo, en cada nueva generación (Religious Education, Vol. 81, n. 3, pág. 362).

Esta descripción del proceso de la enseñanza se asemeja mucho a otro que llega desde otro lugar del mundo. En el extremo meridional de México, hay miles de comunidades indígenas que tachonan el área de Chiapas. En su lengua nativa, el Tzeltal, la palabra catequista se traduce como “uno que cosecha la palabra de Dios presente en la comunidad, y luego la esparce otra vez”.Ambas interpretaciones apuntan al hecho de que cada generación necesita sus propios maestros. Cada comunidad debe formar sus guías que serán ministros para sus necesidades. La enseñanza de la religión es uno de estos ministerios.

Hay muchas definiciones del ministerio, pero todas comparten las siguientes características: el ministerio es hacer algo en público, para preparar lo venida del reino de Dios, a favor de la comunidad, es una gracia, y posee su propia identidad y estructura. La enseñanza religiosa es un ministerio porque cumple con estos criterios.

1.- Enseñar es hacer algo en público. La enseñanza nunca es un asunto privado. Como dijimos antes, la catequesis toma de la riqueza de nuestra herencia cristiana para ayudar a los catequizandos a comprender mejor cómo obra Dios en la vida humana, y cómo nos relacionamos con él, con los demás y con el mundo. La religión se practica en comunidad.

2.- Enseñar es trabajar para preparar la venida del reino de Dios. Esto apunta al aspecto transformador de la catequesis. Es la parte de la pedagogía que da alas a los discípulos para que se eleven por encima del status quo y cambien las estructuras y realidades concretas para que prevalezca la justicia de Dios.

3.- Enseñar es hacer algo en beneficio de la comunidad. La mayor parte de la vida humana está compuesta de cosas comunes. Y la mayoría de la gente pasa gran parte de su tiempo haciendo estas cosas. Pero lo ordinario es limitado. Hay personas en la comunidad llamadas a ver lo extraordinario en lo ordinario. Los catequistas están entre esas personas. La comunidad confía sus jóvenes a quienes pueden señalar lo extraordinario en lo ordinario (la presencia de Dios en el mundo).Y muchos adultos reconocen también que los catequistas pueden ser catalizadores de su propia búsqueda y crecimiento en la fe.

4.- Enseñar es un carisma con su propia identidad y estructura. Como lo indicamos antes, los que enseñan lo hacen con intención. Los maestros preparan sus clases para que sean obras completas. Cada lección tiene un principio, una parte central y un final. Y cada lección tiene un propósito. En la educación religiosa, los propósitos u objetivos son claros: un catequista enseña en nombre de la comunidad, para el bien de la comunidad.

La alegría de ser catequista. Una historia verdadera

Era una brillante mañana soleada, y el aire era deliciosamente transparente. Al cruzar el puente sobre la amplia curva del río, yo podía ver a kilómetros de distancia. Realmente era un hermoso día otoñal. Como era sábado, el tráfico era muy liviano, de manera que llegué temprano a la parroquia donde se realizaría un taller para catequistas de un día. “¿Habrá alguien aquí tan temprano?”, me pregunté, ojeando mi reloj. La primera actividad debía comenzar en una hora y media. Al subir los escalones, me di cuenta de que yo no había sido la primera en llegar. La sala de reuniones ya estaba preparada. El portero estaba repasando el piso ya muy limpio con un gran lampazo. Todo el lugar parecía decir: “¡Bienvenidos!”. Había mesas acomodadas con muestras de materiales didácticos para varios cursos. Las cafeteras ya borboteaban, y había una gran mesa con bocadillos dulces y salados.

Cuando entré, oí una voz saludándome:

·¡Buen día! ¡Bienvenida a la parroquia de Santa Juana!

Me complació reconocer a la directora de educación religiosa, quien había sido estudiante graduada mía hacía ya más de diez años. Como de costumbre, Wendy desplegaba una gran sonrisa.

· Te ves muy bien- le dije-. ¿Cuánto hace que no nos vemos?
· Unos cinco años -respondió ella rápidamente Me siento muy bien , y estoy encantada de ser la anfitriona de este encuentro. Mientras pasábamos unos minutos poniéndonos al día mutuamente , la energía de Wendy parecía crecer a medida que describía su labor en la parroquia.
· ¿Cuánto tiempo has estado trabajando en educación religiosa?- le pregunté.

Sin dudar un instante, ella me respondió: -Veintidós años... y me parece que empecé ayer.

Eso era fácil de comprender, dado el entusiasmo de Wendy por su trabajo.

Mientras hablábamos, empezó a llegar gente, y ambas les hacíamos gestos de saludo.

· Antes de que comiences a hablar con algunos de los participantes, quiero presentarte a alguien especial -dijo Wendy. Una mujer joven y alta, de unos veinticinco años, se acercaba directamente hacia nosotros. Cuando llegó, Wendy la rodeó con el brazo y dijo:
· Esta es mi hija, Melisa. Acaba de terminar un curso de posgrado en la universidad, y ha empezado con un nuevo trabajo.

Melisa sonrió y dijo:

· Sí, me gradué en administración de empresas, y ahora estoy estudiando algo muy diferente, dado que me desempeño como directora de estudios religiosos de una pequeña parroquia.
· Muy bien -le dije -.Y felicitaciones. ¿Qué te hizo cambiar el mundo de los negocios por el trabajo parroquial? No puede ser el sueldo - bromeé.
· Claro que no -respondió Melisa rápidamente-. Mientras buscaba un trabajo de tiempo completo, vinieron a mí muchos recuerdos de mi madre que trabajó desde que tengo memoria. Recuerdo cómo cada mañana la veía llena de emoción y expectación por ir a trabajar en la parroquia, aunque tenía jornadas agotadoras, incluyendo el criarnos a nosotros y atender la casa. Mientras hacía las entrevistas de trabajo, más rememoraba esas imágenes de mi madre, que todavía hoy ama su. trabajo. Y me di cuenta de que yo quería hacer un trabajo que me hiciera tan feliz como ella. Así que me decidí por la educación religiosa.

Advertí que Wendy resplandecía mientras escuchaba a su hija:

· Qué hermoso cumplido para ti, Wendy --dije-. Es esperanzador ver una nueva generación entrar en la brecha. Ahora tenemos madres e hijas trabajando lado a lado como catequistas.
· Es que amo tanto mi trabajo -replicó Wendy-. Es tan lindo trabajar con los catequistas, los padres y los niños..-.Y lo decía en serio, puedo dar fe.

Mientras nos acercábamos a saludar a los demás catequistas, me di cuenta de lo mucho que me inspiró esta conversación. La alegría es contagiosa, y quienes responden a la vocación de enseñar, ciertamente conocerán la alegría de ser catequista.


Ministerio y vocación
Corazón del Catequista
Hay una sola vocación para los cristianos, y es la llamada a la santidad. Hay muchas maneras de vivir esta llamada. Los catequistas responden con fe sirviendo a la comunidad mediante la enseñanza y el testimonio. Ser un catequista es a la vez un don, una promesa, y una exigencia. Es un don, porque puede darnos placer y gozo servir a Dios y al pueblo de Dios a través del ministerio de la enseñanza. Es una promesa, porque nuestra enseñanza lleva esperanza a la comunidad, y esta esperanza no nos defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rom. 5, 5).

Y es una exigencia porque nuestro trabajo con nuestros estudiantes nos recuerda que tenemos aún mucho por hacen Como san Pablo, nuestra vocación nos recuerda que no hemos ganado la carrera, sino que seguimos corriendo, y así “para mí ahora sólo vale lo que está adelante, y olvidando lo que dejé atrás, corro hacia lo meta, con los ojos puestos en el premio de la vocación celestial, quiero decir, de la llamada de Dios en Cristo Jesús” (Flp. 3, 13-14).

Preguntas para la reflexión

1. ¿Qué significa para ti saber que estás participando verdaderamente en el ministerio de la comunidad cristiana?

2. ¿Qué te hace sentir, comprender que, durante siglos, personas como tú han realizado la labor catequética, y que ahora te toca a ti continuar esta tradición de ministerio al pueblo de Dios?

3. Considera algunas maneras en que ser catequista nutre tu espíritu mientras peregrinas hacia Dios:

· dándote esperanza;
· profundizando tu fe;
· llenándote de alegría;


Epílogo

Nuestra diaria labor enseñando nos recuerda que estamos trabajando en la catequesis contribuye a la renovación de la comunidad cristiana mientras ingresamos en el tercer milenio. Trabajamos confiados en que las promesas del Señor son palabras seguras, son como plata pura, siete veces purificada en el crisol (Sal. 12 [11], 7). Las promesas del Señor

nos acompañan y nos llenan de confianza en el futuro.

Sobre nosotros se derramará el espíritu desde arriba. Entonces el desierto se transformará en vergel, y lo que ahora es llamado vergel será tenido por terreno baldío.

En el desierto acampará el Derecho; en el jardín descansará la Justicia. La obra de ¡ajusticia será la Paz y los frutos de la justicia serán tranquilidad y seguridad para siempre.

Mi pueblo vivirá en habitaciones buenas, en barrios seguros, en lugares tranquilos (Is. 32, 15-18).

Nos llena de esperanza el hecho de que, en un mundo amenazado por el desastre económico y financiero, en urja-sociedad demasiado materialista, y en medio de -la, injusticia sistemática, personas como nosotros se reúnen a celebrar su vida y vocación, para alabar a Dios, fuente de todo poder y piedad, que es el Pan de Vida que sacia nuestros corazones hambrientos. San Pablo nos recuerda que desde el principio la creación entera gime y sufre dolores de parto (Rom. 8, 22).

Como catequistas, somos parteras que ayudamos a dar a luz a la nueva creación. Que continuemos nuestro camino alimentados y alimentadas por nuestra fe y esperanza, mientras oramos al Señor, con las palabras del papa Juan XXIII:

Renueva tus maravillas en nuestro tiempo y danos un nuevo Pentecostés.

Bibliografía www.Catequesis Familiar.



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